domingo, 7 de noviembre de 2010

Abemus Papam en zapatitos rojos

Hoy Domingo ha sido un dominicus tradicional en el que como buena familia católica nos hemos levantado y hemos asistido a Misa, pero con la diferencia que esta ha sido dada por el Papa Benedicto XVI desde el templo de la Sagrada Familia de Nazaret, en Barcelona.

Una puesta en escena perfecta, con un trabajo de los cuerpos de seguridad impecable y una representación política correcta, han hecho de la celebración de hoy, un acto digno de elogios, exceptuando la fugacidad del papamóbil, la cual me tiene cautivada ya que ha sido una buena demostración de la potencia que tienen los motores Mercedes-Benz, perfectos para los amantes de la velocidad. ¿ será su santidad uno de ellos?



apartad las criaturas que llega el Papamóbil!


Un buen discurso, preparado con gran cautela, ya que se encuentra en la ciudad del mundo dónde más iglesias se han quemado a lo largo de toda su historia, ha sido cuatrilingue, hablando por supuesto en catalán, también en castellano, italiano y latín. Pero algo que me ha parecido innovador ha sido su mención a la belleza. Ha definido el arte y la belleza como contribuyentes al encuentro de Dios. Ha sido para mi una sorpresa, debido a la visión que solemos tener del catolicismo, el cual considera los placeres terrenales como una tentación al pecado. ¿ Estamos ante un Papa con valores materialistas? Si así fuere me parecería perfecto.

Como gran amante de las cosas bellas, del cuidado de nuestra imagen, y del gran sacrificio que esto supone, considero que aceptar la belleza como una especie de camino hacía el encuentro de Dios es un gran acierto. Es obvio que no se trata de hacerse católico a raíz de la compra de unos preciosos zapatos salón de Jimmy Choo, ni de encontrar a Dios mediante la compra compulsiva de revistas de moda repletas de modelos preciosas. Se trata en cambio de algo más sutil, por ejemplo de considerar belleza la majestuosidad de un edificio el cual ha sido diseñado por una persona que tenía tal fe en Dios que le dedicó un templo mundialmente conocido. Entrar en la Sagrada familia o en la plaza de San Pedro del Vaticano, impregnarnos de su belleza y llegar a plantearnos por un momento la fuerza de la fe cristiana que llevó a ciertas personas a pensar tales monumentos, es entonces cuando estoy de acuerdo con Benedicto XVI, la belleza nos puede ayudar a encontrar a Dios, o como mínimo a entender a los que lo encontraron.

Finalmente me quedo como siempre, con el elemento mas absurdo de toda la ceremonia: los zapatos del Papa, unos elegantes mocasines rojos.

belleza

 



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